7.2.11

contra el cielo

[*o breves retazos de un moribundo]



desde que una mano cerrara tus párpados —luego de hacer lo propio con las pálidas cortinas y ventanas de tu habitación de muros kudzu y luces malva— el mundo sigue en sintonía, pero las aves se han marchado. golosas, ahora buscan nuevas ondas, miradas más profundas, más brillantes, más visibles


hubo una vez en que ascendiste tanto que casi te asfixiaste. erótico rubor de levitante, obscena la belleza en las alturas. obsceno tú que tanto la aruñaste; retrepándote por los aires, mecido, alabado. excelso el devenir del tiempo hasta este día opaco, provisto de senderos ebrios y recuerdos detenidos


los días habían pasado con la desesperación de un converso que quiere olvidar su nefasto pasado. con valor prescindiste de los gritos y creíste ver en las nubes un muro de contención amorfo y certero. el dolor acechaba. ahora sé que tu mirada, tu última mirada, sólo deseaba comulgar con el crepúsculo, colonizar horizontes


tu cuerpo iba y se instalaba a orillas del abismo, esculcaba el aire, oteaba, alcanzaba a definir lo que podría ser dejarse ir y caer como una roca. detrás de la máscara epitelial que lo contenía, sus ojos obedecían en la hora señalada. sus poros se abrían y rezumaban decadencia (¡y pensar que la respuesta no estaba allí, ni en ninguna parte!)


«imposible desandar el camino; imposible prolongar lo inevitable; imposible conservar la seda entre las zarzas; imposible flanquear los obeliscos de infame luz que horadan el cielo y caen sobre mí como un sedal para pescarme»; hablaste así, con palabras, con arcanos, hacia arriba, derrapando profecías


contempla ahora este frescor. contémplalo como si fuesen los rescoldos de tus propios ojos que explotaron frente al espejo. quizás, como Vespucio, preveas otros mundos. observa en la quietud que ya no existen diferencias. observa que esta vez tu soledad se hace habitable. ¿acaso alguien más podría acompañarte en este viaje?